
Dos polos que se atraen
se juntan en el centro y justo antes de tocarse
salen disparados hacia opuestas direcciones.
La secuencia se repite una y otra vez,
siempre cortandose en el mismo punto.
Un polo huye, un polo se esconde, un polo se odia,
un polo no quiere seguir jugando.
De todas formas siempre se repite la misma secuencia
inconclusa y aburrida,
confusa y ensordesedora.
Acaparando la atencion el otro polo se divierte,
juega, se desliza agazapado entre las sombras,
logra la simpatía del otro polo
hasta que este vuelve a caer y se repite el juego.
Un polo vuelve a odiarse, a sentirse encerrado en un círculo físico sin fin,
resignado en parte a la metafísica,
al atraerse inevitablemente y al repelerse posterior.
Un polo se distrae e intenta no mirar,
se disfraza de cualquier otra materia para vivir asi su tiempo,
pero por mas que se esconda,
lo que es está dentro.
Llora desconsolado por no poder ser otra cosa,
por sentirse vacío y necesitar al otro polo,
por no poder desprenderse,
por no poder cambiar la historia,
por sentir que por mas que haga o no haga el dolor está en lo profundo,
y las cosas no pueden ser de otra forma.
Se queda perplejo admirando lo que anhela,
quietito y adormecido,
esperanzado de que en algun momento las reglas de la física cambien
y pueda sentirse libre.